Querida Clarice,
Han pasado algunas semanas ya desde mi primera carta. Como siempre, Agente Starling, recibe mi mas cordial saludo, ojalá te encuentres bien, he estado sacando cuentas y ya los años te deben haber empezado a agobiar un poco. También hace poco he sabido, hermosa Clarice, que las cosas en la preciosa Argentina están que arden, el terrible e inesperado deceso de un fiscal con semejante guaramo, sin contar las terribles acusaciones, no deben de ser asuntos fáciles de superar para la decaída Cristina.
En esta oportunidad, Clarice, he decidido escribirte sobre un tema un poco escabroso; pero temo que, al igual que yo y que me corrija el buen doctor si me equivoco, no debes tener mucha experiencia en este campo: las relaciones amorosas entre los seres humanos.
He de aclarar, Clarice, que me incapacitan ciertas cosas para hablar de este tema además del inmenso desprecio que la sociedad me ha hecho tenerle; como sabrás es corta mi edad y aun mas corta (por no decir prácticamente nula) mi experiencia en el ramo por motivos que por ahora no nos conciernen.
Debido a esto, solo diré que el sentido de este día, al igual que muchos otros, se ha perdido de una forma en extremo abrupta, las parejas solo tienen sexo por placer y se llenan de cosas materiales sin pararse a pensar, ni siquiera un segundo, que significa de verdad un día llamado "del amor y la amistad", una vil falacia hoy en día si me lo preguntas.
Sin embargo tengo algo de entretenimiento: a continuación un pequeño pasaje de una obra literaria que espero poder completar. Lo que se narra será un pequeño momento de cotidianidad de mi personaje principal, que lo disfrutes, Agente Especial Clarice Starling.
Ta-Ta,
Y
Del diario de Sebastiano Santiago de León Swartz Von Luttehmberg.
25 de enero
de 2011,
Tenías 13 años Sebastiano, cuando viste
llegando al colegio esos ojos oscuros, esos ojos de los que nunca podrías
olvidar y siempre llevarías a todas partes. Justamente cuando pensabas que
habías entendido al fin como maquinaban los hombres y habías creído asimilar
cómo funcionaba el mundo y la sociedad; poco después de que habías logrado
dominar una de las capacidades más básicas que descubriste en ti mismo; hace
poco habías logrado hacer levitar una moneda hacia ti sin que no se rompiera
nada sospechosamente mientras tú estabas del otro lado de tu cuarto.
Cuando viste esos ojos caminar hacia ti no
lo podías creer y dentro de ti crecía la duda y la preocupación. Tenías 13 años
y estabas empezando a cursar tu primer año de educación secundaria cuando
Suetonio con sus hermosos ojos oscuros, su mentón delgado y blanca sonrisa se
acercó a ti para preguntarte donde tenían que formar para el acto cívico los de
primero. Temblabas como un niño y en tu barriga resonaba el fulgor de fuegos
artificiales y las mariposas revoloteando, sentiste que no querías volver a ver
otros ojos que no fueran los de él. Le respondiste dudoso y le sugeriste que se
quedara contigo porque aún no se organizaban y no habían llegado tus amigos, él
nunca te dejó de sonreír y en ese momento ambos supieron que a pesar de todo,
de que lo negaban el uno al otro, querían estar juntos.
Sebastiano sentado en los jardines de
su colegio un día particularmente nublado y sin mucha gente escribía en su diario
personal todas estas notas, se le hacía más fácil entenderse a sí mismo si lo
hacía en segunda persona, debía separarse de él mismo para poder escribir y
luego entender que con una mente tan prodigiosa, un cuerpo tan débil y
sensaciones tan fuertes, era incapaz de asimilar y mantener todo en su agobiada
materia gris.
Mientras manipulaba el bolígrafo a
distancia sin siquiera tocarlo, se mantenía concentrado en el papel y en el
prodigio que estaba logrando a la vista de los simples humanos que en sus vidas
hubieran pensado que esto fuera posible. A su lado se encontraban echados
Rosalinda y Suetonio quienes se encargaban de
vigilar el área para que él tomara de nuevo el bolígrafo por si se
acerba gente. Entonces, cuando Rosalinda se despistó un rato, Sebastiano lo
notó y busco rápidamente la mano de Suetonio que se encontraba cerca y
preparada para recibirlo como siempre. A pesar de que Rosalinda sabía lo que
ocurría a ambos les gustaba sentirse furtivos mientras ella se distraía aunque
fuera un segundo.
Luego de perder la concentración y
terminar de escribir, Sebastiano tomó en cuenta la hora y le preguntó a ambos:
-¿Qué tenemos ahora? - Dijo soltando la mano de Suetonio.
-Castellano - Respondieron al mismo tiempo.
Entonces se levantaron del césped
aplastado por sus pesos, tomaron sus bolsos y emprendieron camino hasta llegar
a su salón. Mientras caminaban Sebastiano deslizó un papel haciéndolo levitar
suavemente hasta introducirlo en uno de los bolsillos de Suetonio que
instintivamente y acostumbrado metió la mano, sacó el arrugado papel que decía
“Te amo”.
El
lado amoroso del carácter peculiar de Sebastiano solo eran capaces de verlo
ciertas personas, él mismo se encargaba de mantenerse frío e indolente ante el
mundo exterior. En más de una ocasión estuvo a punto de perder a Suetonio por
eso, y aunque tardó un poco, él logró entenderlo; pero le hizo prometer que el
día en que se comportara de ese modo tan indolente con él, como si fuera un
extraño, todo terminaría; pero por ahora solo existía él, Suetonio, su primer
gran amor, la luz de sus ojos, la persona por la que iba a la escuela todos los
días sin necesitarlo, por sus abrazos, por sus besos, por sus ojos, esos ojos,
los de Suetonio, no se cansaba nunca de contemplarlos, jamás los olvidaría.