miércoles, 25 de mayo de 2016

Los albores de la Sexta República

                  A pesar de que a simple vista este nombre pueda desentonar y escandalizar a muchos ojos, en especial de los expertos de la historia, no es un secreto para nadie que lo que hoy en día estamos viviendo los venezolanos es, indudablemente, la oportunidad perfecta para que los ciudadanos podamos, por primera vez en la historia de nuestro país, ocasionar el declive de un fenómeno histórico para nada único conocido como Revolución Bolivariana y que, además, a mi parecer, es bastante apropiado denominarlo, aun cuando no ha pasado el tiempo suficiente para tales efectos, la Quinta República que ha vivido Venezuela desde que existe como nación soberana, autónoma e independiente.
            Haciendo un recuento histórico nos podemos percatar de que esta afirmación no es tan ingenua o disparatada como parece. La Primera surge con lo que a mi consideración es el primer golpe de Estado de Venezuela: la destitución de Vicente de Emparan como Capitán General por el Cabildo de Caracas el 19 de abril de 1810, esta cae dos años después con la Capitulación de San Mateo el 25 de julio de 1812, con todo lo que esto implicó para las fuerzas patriotas. Esta formación primigenia, que marca la pauta de lo que en algún momento llegaríamos a ser como nación, nos da muestras de lo que en un momento necesitó Venezuela para poder ser una República soberana, pero que más adelante, 200 años después sería por completo innecesario y marcarían el inicio de la catástrofe que ahora vivimos: la intromisión de los militares en política.
La Segunda nace con la Campaña de Oriente encabezada por Santiago Mariño, así como con la entrada triunfal del Libertador en Caracas el 6 de agosto de 1813, esta entra en decadencia tan pronto como su antecesora el 11 de diciembre de 1814 a causa de las grandes disputas que había entre las fuerzas patriotas y sus divisiones internas por el liderazgo y el poder. Una prueba más de lo que son capaces de lograr los militares cuando quieren imponer su hegemonía como los héroes de los tiempos de guerra y así adjudicarse el derecho a gobernar prácticamente por derecho divino, bajo lo que aparentaba ser una democracia real, que no era tal, y no lo fue sino hasta más de un siglo después.
La Tercera, nacida con la restauración de las instituciones en la ciudad de Angostura luego de culminar la campaña de Guayana en 1817, termina, no feneciendo, sino mutando, en la proclamación de la República de Colombia en 1819 por el Congreso de Angostura. Esta es la primera ocasión en la que una República venezolana culmina de mano de la paz, la conciliación y con una inspiración democrática adaptada a tiempos de guerra y de incertidumbre, en la que los jefes militares de la Nueva Granada y Venezuela tenían que guiar a su pueblo. Una excusa que más adelante sería capital para movimientos insurreccionales y golpistas autoadjudicados como los herederos del Ejército Libertador, para muestra un botón: la Revolución Liberal Restauradora encabezada por el caudillo Castro.
La famosa Cuarta República, y es aquí donde el asunto se pone más escabroso, aparecida con la separación de Venezuela de la Gran Colombia, es la que más perduró en el tiempo así como en la memoria de la ciudadanía. Es esta en la que se inicia el problema de la historiografía venezolana como una de las consecuencias de la llegada del monigote rojo que nos dejó donde estamos ahora la historia, que, así como todo lo que tocó, se empezó a distorsionar y lo hizo de tal manera que hoy en día, deberíamos empezar a hablar de una Cuarta, una Quinta y el advenimiento de la Sexta, de la que estoy convencido llegará más temprano que tarde. Cuidado si no este mismo año. La Cuarta República que para algunos fue un invento del señor antes mencionado (me tomaré la libertad de recurrir al método virgiliano y dejar por fuera su pavoso nombre) se convirtió sin duda en un hecho histórico que a nuestros efectos resulta ineludible. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la Cuarta República fue el período en el que Venezuela tomó forma, se convirtió en país, nos convirtió a nosotros en venezolanos. Durante más de cien años, con mucho más atraso que progreso en su haber, Venezuela logró empezar a transitar la senda de la democracia y logró, durante muy poco tiempo, valorar el esfuerzo, la dedicación y la importancia de un gobierno civil. Aun así, hay cosas que Venezuela no pudo aprender sola y claramente no pudo aprender teniendo solo dictaduras y hegemonías militares para que luego la corrupción dejara de vestir uniforme y empezara a vestir saco o blusa (Rómulo Betancourt dixit).
Con la caída de la (pen)última dictadura militar, Venezuela pudo emprender el camino de la imposición definitiva de la verdadera democracia participativa, directa y secreta. Pero como todo en esta vida, no todo fue color de rosas. Durante 40 años fuimos expoliados por medio de esa misma democracia, que con mucho esfuerzo logramos alcanzar y se tornó en una espada de Damocles ante la ausencia de verdaderos líderes que elegir y que estuvieran comprometidos con la trascendencia del Estado, que enfrentaran los retos de finales del siglo XX y el advenimiento del siglo en curso, aquellos que a partir del 23 de enero de 1958 aprovecharon brillantemente su oportunidad de hacerse con el poder, desplazando a los verdaderamente dignos de gobernar y pienso en nombres como Jóvito Villalba o Renny Ottolina, pero meternos en ese terreno sería empezar a especular. De manera que la desazón y la ignominia recayeron en los sectores más frágiles de la población, como siempre los más pendejos pagando los platos rotos.
Durante 40 años de gobiernos puntofijistas ocurrió lo que ocurre ineludiblemente después de pasar demasiado tiempo detentando el poder, se volvieron ciegos, se alejaron de la realidad del pueblo venezolano que sufría, que si sufrió y que es innegable (cualquier parecido con los últimos 17 años no es ninguna coincidencia). Solo un pueblo que sufre es capaz de desencadenar los horrores del Caracazo. El abismo entre las clases bajas y las altas se volvió insalvable. Y fue ese horror lo que desencadenó lo que hoy vivimos. El demonio rojo tuvo todo lo que Maquiavelo describió para poder convertirse en el príncipe y solo por medio del puntofijismo y la sensación de orfandad política que este dejó en el pueblo pudimos ser engañados por lo atrayente del Movimiento V República.
Así se inició la Quinta República, el pueblo buscó una salida, algo diferente, algo que se alejara diametral y completamente de lo que vivió por cuarenta años. El Comunismo con su luz encandila a cualquier pueblo ignorante y desesperado para luego cegarlo con las tinieblas del totalitarismo. Esta fue una de las lecciones que le faltaba por aprender a este pueblo que hoy en día, luego de 17 años de gobierno comunista, sufre, padece y muere de peor manera que en los 40 años que le precedieron y que fueron más de la misma vaina. El saco y la blusa volvieron a cambiarse por el uniforme y esta vez no se vistieron de militar con un atisbo de ética (Pérez Jiménez antes de irse fue muy claro: “yo no mato cadetes”), esta vez se vistieron de la versión más rancia, putrefacta y pirata de Stalin. Ahora Venezuela ha pasado por una época por la que inevitablemente tenía que pasar, no podía ser de otra manera. Mariano Picón Salas lo dijo clarito: Venezuela logró entrar al siglo XX solo después de la muerte del Bagre, 35 años tarde. El pueblo tuvo que ver los horrores de las bestias rojas, contemplarla a los ojos y saber que nunca más habrán de invocar a esos falsos ídolos que nos trajeron a contemplar el pozo más gélido del infierno de los países estafados.
Ahora solo le queda una lección que aprender a este pueblo, dejar de ser pueblo, dejar de ser la masa ignorante en la que la convirtieron las bestias rojas, la masa que cava su propia tumba. Llegó el momento, Venezuela debe convertirse en ciudadanía. Muchos quieren que seamos un país primermundista. No hay otra manera de hacerlo que a través del trabajo y de la cultura. Tenemos que empezar a velar por nuestro patrimonio, por la regeneración de nuestra sociedad, por depurar lo que está podrido, por renovar las instituciones y la fe en ellas. Tenemos que dejar de creernos la cumbre de la creación humana, no lo somos. Los ricos en sus torres de marfil, en especial los jóvenes con su mojón mental, son igual de perjudiciales para la República que los criminales y los pobres que los ven con resentimiento por lo que nunca les fue permitido alcanzar de otra manera que no fuera recurriendo al crimen o a las falsas promesas de las bestias rojas.
Venezuela debe empezar a trabajar, a sembrar el conocimiento y la tierra y olvidarse del petróleo. Debemos emprender el camino de la restauración de los valores democráticos, de la independencia, de la federación, de la alternabilidad del poder, del trabajo y de la responsabilidad, no en pro de intereses personales, sino en pro de toda nuestra nación. Venezuela solo surgirá el día en que los venezolanos entendamos que nosotros ponemos a los políticos y nosotros los removemos, a TODOS, sea del bando que sea. Que ya sufrimos durante 40 años, sufrimos 17 años más. Qué más debe aprender este pueblo si no es a ser consciente de su propio poder. Los golpes de Estado no resuelven nada. La gallardía y la rebelión de un pueblo hambriento, enfurecido, sediento de justicia y valiente son los que otorgan verdadera libertad. Hoy nos fustiga el látigo rojo, mañana puede ser el látigo blanco como lo fue antaño o quizás el naranja. No podemos volver a dejarnos estafar de nuevo. Cuando entendamos esto, cuando hagamos respetar nuestros valores, de pobres y ricos, que somos lo mismo y tenemos derecho a alcanzar lo mismo, entonces seremos verdaderamente un país que va a ser digno de llenarse la boca vanagloriándose de tener los paisajes más arrechos.
La institucionalidad nace y se consolida con la entrada al juego del pueblo que le da forma y hace cumplir sus derechos. Oído al tambor con esto que voy a decir, no fue nunca mi opción favorita, ni le estoy haciendo campaña a nadie, soy de los que opina que en Venezuela debe surgir un nuevo liderazgo. El Referéndum Revocatorio y la protesta es nuestro derecho CONSTITUCIONAL, NADIE NOS ESTÁ REGALANDO NADA. Hacer caer a la Quinta es necesario, debemos estar conscientes de que luego de la caída de las bestias rojas por mandato popular, al siguiente que le toque, sea quien sea, no va a poder arreglar esta cagada de un día para otro. Debemos ser pacientes y colaborar con la reconstrucción, el siguiente gobierno, que estoy seguro que lo habrá, sea que quieran las bestias rojas o no, será un gobierno de transición de los más difíciles de nuestra historia republicana, y así como debe contar con todo nuestro apoyo y paciencia también debe sentirse nuestra constante presión, supervisión, critica, autocritica y revisión de aquellos encargados. No vamos a dejar de ser una colonia china para pasar a ser una colonia gringa, bastante jodido fue salir de España.
Para que podamos restaurar nuestra verdadera identidad nacional debemos tener fe en nosotros mismos, manejar nosotros nuestro propio negocio y recuperar nuestra identidad, así, y solo así, podremos acabar con la infamia de la Quinta y aprovechar las oportunidades que nos ofrece darle forma a la Sexta República de Venezuela.

Una ñapa: curiosamente hoy, 25 de mayo, a pesar de que puedan creerme o no, en realidad no importa, cuando reflexionaba sobre estos asuntos, me topo con la noticia de que ha salido a la luz, en exclusiva, una entrevista sostenida entre Gladys Rodríguez y el General Cliver Alcalá, en la que ambos hacen mención a que un viejo proceso (la Quinta) debe caer para que otro (la Sexta) surja y tengamos una oportunidad de sobrevivir a la destrucción y el anarquismo que las bestias rojas dejaron a su paso. No es que yo crea en brujas, pero de que vuelan, vuelan. La historia se encargará de demostrarnos cuál fue el camino que elegimos.