A veces en la
vida pasan cosas que modifican nuestra forma de concebir el mundo, sea que las
aceptemos o no, de igual manera nos cambian, nos permiten vivir en libertad o
en una extraña opresión que no nos deja avanzar y trascender de alguna manera.
Esas cosas que nos pasan y que, por cualquier razón no queremos afrontar,
siempre estarán ahí, aunque las evitemos de alguna manera.
Esas cosas que evitamos, de las que
rehuimos, nos pueden afectar tanto individual como colectivamente, evitar
enfrentar un problema no hará que desaparezca, esto generalmente hace que el
problema sea aún más grande cuando por fin se decide afrontarlo o cuando hace
su regreso triunfal para destruirnos.
Somos vulnerables de forma colectiva
cuando como especie, como familia, como grupo humano, como nación, dejamos al
azar y olvidadas cosas que no necesariamente tendrían que obviarse. Puede pasar
con cualquier cosa, desde un tío borracho, hasta una prima prostituta, un hermano
marihuano, un patriarca desquiciado. Una nación violenta.
Para el filósofo francés Jacques Derrida
el mundo occidental ha estado acosado desde finales del siglo XIX por un mismo
espectro, o por unos espectros, más concretamente que se desprenden de la misma
fuente: Marx. Estos espectros nos han acosado de tal manera que hoy en día
siguen haciendo resonar el espectro del que provienen y que sigue resonando en
el mundo, el espectro del comunismo. Como lo describíamos antes, este espectro,
esta cosa sin resolver y que sigue
regresando, una y otra vez a atormentarnos, quizás, es lo que más puede estar
atormentando a nuestra civilización hoy en día, nos atormenta porque tenemos
una deuda, una deuda que debe ser saldada y que seguirá resurgiendo y asediándonos
hasta que al fin sea cumplida.
Esta
idea del espectro, de ese mal recuerdo que regresa para asediarnos hace que el
tiempo se salga de sus costuras, que vuelva sobre él y que le permita al
recuerdo repetirse y regresar una y otra vez, está y no está, y también deja
atrás la estructura del tiempo lineal que conocemos hacia el futuro pues este
proviene del pasado.
En Latinoamérica y más
específicamente en Colombia es posible identificar una serie de fantasmas que
continúan apareciendo y que siguen exponiendo las costuras del tiempo en la
medida en la que se manifiestan repetidamente en la literatura de cualquier
manera posible.
Partiendo desde esta idea principal,
podemos establecer que en la producción literaria colombiana, desde el momento
en el que Gabriel García Márquez publica Cien
años de soledad y rompe con la vieja tendencia de crear una literatura de
la prescripción en la forma de decir y escribir en la que no se dicen groserías, entendiendo esta idea de grosería
como lingüística y descriptiva en imágenes, se inicia un proceso que puede
considerarse como renovador para los modos de hacer literatura en el país de la
corrección gramatical.
Luego, estas añadiduras, que son
empleadas para crear el gran relato de los Buendía, son empleadas por Fernando
Vallejo en El desbarrancadero como
elemento fundamental y potenciador de su novela que se vendrían a manifestar como
un espectro especie de gran vulgaridad, de gran grosería, que ya no tiene
frenos y que está desbocada ante la realidad nacional y literaria, ha regresado
para atacar y para tener un lugar dentro de la literatura, ahora la domina y es
parte de ella.
Ahora bien, es posible generar una
correlación entre lo que proponen las dos novelas a partir de la idea de lo
espectral tomando todos aquellos elementos que asedian en estas dos obras y que
se presentan en forma espectros manifiestos materialmente en la narración, la
familia, y de la realidad nacional en la que se producen las obras, la
violencia.
En Cien años de soledad tenemos una narración llena de elementos
repetitivos que se complementan con la estructura del tiempo concebida en la
novela en la que las cosas constantemente se están repitiendo, siguen
regresando para atormentar a la familia Buendía, tal es el caso del incesto, el
incesto que da origen a la familia, a sus males atávicos y que desencadenó la
furia de José Arcadio para que Úrsula al fin se abriera de piernas y pudiera
dar origen a la estirpe:
La lanza de José
Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección
certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la
región, le atravesó la garganta [a Prudencio Aguilar]. Esa noche, mientras se
velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entró en el dormitorio
cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza
frente a ella le ordenó: «Quítate eso». Úrsula no puso en duda la decisión de
su marido. «Tú serás responsable de lo que pase», murmuró. José Arcadio Buendía
clavó la lanza en el piso de tierra.
–Si has de parir
iguanas, criaremos iguanas –dijo–. Pero no habrá más muertos en este pueblo por
culpa tuya. (García Márquez, 2007, p. 32)
La
furia de José Arcadio, no solo pone en marcha una maquinaria trágica que
termina con “el viento profético” que destruye a Macondo luego de que Aureliano
Babilonia tuviera un hijo con su tía, Amaranta Úrsula, y saliera con cola de
cerdo, sino que, del mismo modo que los espectros de Derrida, este descose el
tiempo y genera una y otra vez la oportunidad de resarcir el daño incestuoso
que destruiría a la familia pero que al final termina ocurriendo de igual
manera. El espectro incontenible, acechante siempre, asediando la debilidad de
la carne de la familia Buendía, el incesto que fuera su origen regresó más
fortalecido que nunca y los exterminó de la faz de la Tierra.
Lo que ocurre con Vallejo, si bien
no es un viento profético, es posible establecer una correlación entre el drama
familiar, generado por el odio y la violencia de la sociedad de Medellín o de
la misma Colombia, con la vida disoluta que llevan Fernando y sus hermanos a
causa de La Loca y lo que ella significa al momento de moldear y romper a sus
hijos y su esposo espiritual, mental y físicamente. La violencia de afuera
permea la casa encarnada en La Loca, que a su vez en su Locura los expulsa a
ellos al mundo en donde son moldeados por su entorno: marihuaneros,
alcohólicos, sidosos, intentos de asesinato. La violencia, la hijueputez, el
viento profético que algún día aniquilará a Colombia:
Y no podía ser de
otro modo, regidos como vivimos por las leyes de Murphy y de la termodinámica
que estipulan que: que todo lo que está bien se daña y lo que está mal se
empeora. Muchachitos y muchachos de Junín, idos sois. Os borró de un plumazo
Cronos, el descabezador de bellezas. Y hoy por mi pobre calle sólo transitan
zombies y saltapatrases, que es en lo que se ha convertido esta raza asesina,
cada día más y más mala, más y más fea, más y más bruta, más hijueputa, que
camina con las dos patas metidas en el lugar común de unos tenis apestosos.
¿Por qué desperdiciará China en pruebas subterráneas tanta bomba costosa habiendo
aquí donde tirarlas, a la luz del día y calentando el sol? (Vallejo, 2011,
p.60)
Aquí
lo que los persigue a todos es lo que Vallejo llama ‘la hujueputez’ de un
ambiente familiar completamente hostil e intransigente en el que todos luchan
contra todos para poder salvar su propio pellejo e imponer su propia autoridad.
Fernando y su hermano, Silvio, parecen los únicos que logran romper con esa
hostilidad al morir, pero lo que en realidad podríamos interpretar es que son
vencidos por el espectro de sujetos como La Loca y El Gran Güevón, que a punta
de ser obviados y reprimidos dentro de su interioridad terminan por acabar con
ellos como acabó con el papá. Silvio se da cuenta de que nunca podrá lidiar con
ella, nunca podrá hacer desaparecer la pesadilla porque la pesadilla no quiere
desaparecer. Ergo decide desaparecer él.
Así,
pues, podemos plantearnos una idea de aquello que nos acosa como comunidad, si
bien es cierto que atrás quedaron los tiempos en los que América se podría
considerar como ‘una e indivisible’, también es cierto que a pesar de que
existen profundas diferencias entre nosotros compartimos ciertos rasgos muy
elementales que nos han hecho parecer y percibir el mundo y al otro con la
suficiente homogeneidad para sentir lo que sienten los demás.
La
violencia y el drama familiar, aquél viento profético, no solo acosan a la
sociedad de Medellín, a los Rendón o los Buendía, la cólera de Aureliano cuando
Fernanda lo saca de quicio y destruye todo en la casa sigue vigente en todos
nosotros como pueblo. Cuando el espectro del pueblo se cansa y reaparece
también tiene una fuerza demoledora e imparable.
Ese
espectro, hijo de la violencia y de la hijueputez es uno que es capaz de cobrar
una cantidad enorme de formas, de modelarse y de, en verdad, hacerle aparecer
las costuras no solo al Tiempo, sino a la historia misma y es capaz, al mismo
tiempo de hacernos caer en un verdadero bucle en el que no se solucionen las causas
que hicieron dar origen al espectro en primer lugar. Ahí recae la búsqueda y la
insatisfacción de un Vallejo que nos muestra una sociedad desbarrancándose, la
misma sociedad de papel que García Márquez identificó como heredera de una gran
tragedia en la que murieron tres mil cuatrocientos ocho trabajadores, que si no
lucha y atraviesa el duelo, si no libera ese recuerdo reprimido y se exorciza a
sí misma de sus males será arrasada finalmente, por cualquier forma que cobre
ese espectro, por el sicariato, por el narcotráfico, hasta por el socialismo.
Referencias
Derrida, J. (1998). Espectros de Marx: el Estado de la deuda, el
trabajo del duelo y la nueva Internacional. Madrid: Editorial Trotta.
García Márquez, G.
(2007). Cien Años de Soledad. Bogotá:
Alfaguara.
Vallejo, F. (2011). El desbarrancadero. Bogotá: Alfaguara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario