Fragmento de la batalla de Caricuao.
Luego
de la primera contienda librada en el suroeste de la ciudad, Sebastiano y sus
hombres junto con los habitantes de la zona lograron expulsar a las fuerzas de
la Maldita, Sarah Van Tassel, hacia el norte.
Llegada
la noche Sebastiano dejó el Cuartel General establecido en las cercanías de la
casa donde creció, tomó el Bastón del Dragón, se escabulló en medio de los
centinelas que custodiaban la zona haciendo uso de su más que dominada
invisibilidad y se dirigió caminando hacia la vieja iglesia de la parroquia: un
elegante e imponente edificio con dos torres de campanario y una cúpula sobre
el altar principal.
Al
llegar, luego de contemplar la ruina en la que había quedado el edificio: algunas
paredes ya no estaban, las esculturas de santos estaban algunas tiradas en el
piso destrozadas, otras se mantenían en sus pedestales igualmente afectadas,
parte de la cúpula se había desplomado dejando ver el cielo y el imponente
Cristo que se alzaba en el altar principal apenas y había sufrido daño. Sebastiano
intentó conjurar hacia él una silla pero luego se dio cuenta del sitio en el
que estaba; no podía usar magia en un recinto sagrado, el lugar era una
fortaleza contra todo tipo de hechizos y conjuros por lo que Sebastiano dedujo
que el daño que había sufrido la estructura había sido en efecto por armas
humanas de fuego y nada más. Después de dejar el bastón sobre el altar,
encender una antorcha con su yesquero y un pedazo de tela, logró localizar los
restos de un velón que colocó también en el altar.
Luego
de un rato sentado, apoyado en su bastón, en un banco de iglesia, que logró
arrastrar hasta quedar frente al altar, se descubrió a si mismo rezando al dios
de sus padres en busca de claridad; a pesar de todo su poder y logros se sentía
en deuda con aquel que lo eligió para librar esta lucha. Pasados unos minutos
sintió de nuevo aquella presencia que sintió al apenas pisar de nuevo La
Guaira: Sarah Van Tassel se acercaba dispuesta a enfrentar lo que fuera que
encontrara en aquel recinto al que había sido convocada por un cuervo hace
apenas media hora.
De
pronto, en
los restos del portón de lo que quedaba de la iglesia, apareció una
elegante figura, alta y estilizada, con curvas profundamente femeninas y
atractivas ante cualquier hombre, iba vestida con una larga y decorada túnica negra,
su cara estaba cubierta por una capucha sobrecogedora que no dejaba escapar ni
el más mínimo rasgo de aquella figura.
Sebastiano,
sin despegar la mirada de la hermosa escultura de Cristo, y sin volver a ver a
quien se encontraba en la puerta, solo pronunció unas palabras haciendo uso de
su acostumbrada serenidad y educación.
-Sabes muy bien que no puedes
entrar a este recinto con las intenciones que guardan tu marchito corazón, bruja.
La
figura en el portal, detenida por fuerzas que iban más allá de su control,
respiró profundo y con un solo movimiento deslizó una de sus manos por dentro
de la túnica arrojando un sable al piso que al caer se enderezó en el aire y se
incrustó en seco en el cemento fundiéndolo. Cuando por fin pudo entrar a la
casa de su creador intentó encender las antorchas y atraer una silla con su pérfida
magia; pero de inmediato, al sentir su poder intentando salir de su cuerpo,
Sebastiano la volvió a reprender de igual forma que hace un momento.
-Sabes también que ninguno de los
dos tiene poder en la casa de nuestro Padre, tendrás que hacerlo a la antigua,
igual que todos nosotros, los humanos.
Sarah,
frustrada pero digna, aun parada a pocos metros de la entrada, destapó su
cabeza con sus finos y largos dedos, y su larga, perfecta e imperturbable cabellera
roja salieron al encuentro del viento, sus ojos negros y sus pupilas rojas
brillaban a la luz de la poca luz desprendiendo un furor espectacular, sus
delgados labios profundamente rojos, que ocultaban unos blancos y puntiagudos
dientes, brillaban en su pálida y reluciente piel.
Rápidamente localizó
la fuente de fuego de Sebastiano e hizo lo mismo que él al entrar: arrancó un
pedazo de su túnica, lo ató a un palo y lo encendió, luego con su silencioso
andar y su susurrante túnica ondeando en el silencio de la noche, procedió a
recorrer el recinto encendiendo las antorchas usadas para mantener la luz
dentro del templo, encendió cada una con su lento andar y mucha paciencia.
Después, localizó una vieja silla de plástico que fue a parar detrás de uno de
los pedestales y agachándose con extrema parsimonia, la levantó y la llevó
hasta donde estaba Sebastiano, la acomodó entre los escombros y tomó asiento de
igual forma con vista a Cristo y comenzó la conversación.
-Hace más de quince años que no
piso este lugar; a pesar de ser tan prescindibles los hombres sí que saben de
arte. En aquella ocasión, si no me equivoco, estaban llevando a cabo tu
bautizo; tu familia se veía terrible después de lo que les hice en El Nido,
creo que no fue suficiente –Dijo altanera y amenazante.
- ¿A qué has venido? No te creía
capaz de entrar a la casa nuestro Padre y poco me importan tus insulsas palabras,
mujer –Respondió Sebastiano tajante pero igual de sereno que siempre.
-Ah Sebastiano –continuó Sarah –Extrañaba
nuestras conversaciones, no eras tan insolente cuando me pedías mis ancestrales
secretos para ser poderoso de verdad.
-Eso fue hace mucho tiempo –reconoció
Sebastiano mientras en su mente no dejaba de ver como asesinaba a Suetonio una
y otra vez.
-Y aun así aquí estamos –continuó
Sarah que comenzaba a frustrarse de verdad –en un conglomerado de cemento y
ladrillo donde no puedo tocarte porque Él te defiende aun cuando tu no le
veneras. Casi no recuerdo la última vez que habló directamente con uno de tu
raza, creo que hasta Él es capaz de perder la fe en su inmunda existencia –terminó
Sarah para provocar a Sebastiano que seguía con la mirada fija en Cristo
crucificado.
-¿Qué es lo que quieres, bruja? –dijo
Sebastiano omitiendo sus ataques.
-¿Qué es lo que quiero yo? –Preguntó
con sarcasmo la villana – ¿Qué es lo que tú quieres? Sería más indicado,
Sebastiano Santiago de León.
-¡Quiero que te vayas a joder pa’
casa del coño de tu madre maldita y venenosa bruja! –contestó imponente Sebastiano
mientras se levantaba, golpeaba con fuerza el bastón contra el piso que retumbó
y su voz reverberaba en la profundidad de la oscura noche.
-Sebastiano, querido, ¿no te han
enseñado ya que su odio es lo que me mantiene viva? –respondió satisfecha
Sarah.
-Y será nuestro odio lo que te
destruirá –atajó Sebastiano tajante.
Sarah con suma confianza
respondió su mayor orgullo: –Yo soy lo
que teme la muerte.
Sebastiano sopesó su respuesta y
satisfecho le dio una solución a su enemiga.
-Entonces haremos algo mucho
mejor, volverás a tu prisión. ¿Aún recuerdas a tu guardiana? Sigue aguardando
tu regreso.
-Prometeo no fue el más
inteligente de los olímpicos –respondió Sarah mientras un frío helado le recorría
toda la columna, sensación que quedaba como reminiscencia después de tanto
tiempo capturada en su forma mortal.
-Lárgate –contestó en seco
Sebastiano.
-La guerra seguirá, Sebastiano –continuó
Sarah haciendo caso omiso –no pueden ganar, su propio odio los consume, su
destino y su naturaleza es ser derrotados, han sido condenados, querido mío,
condenados por Él a quien le enciendes velas.
-Lucharemos, Sarah Van Tassel –respondió
Sebastiano seguro y fuerte –Y tú serás encerrada de nuevo, volverás al agujero
oscuro del que nunca debiste salir, tu naturaleza es estar encerrada.
-Tu debilidad es tu fe en los
hombres –terminó Sarah altiva y sobrada.
-Tu fe en tu poder sobre las
cosas materiales es la tuya –concluyó cortante Sebastiano.
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