miércoles, 18 de marzo de 2015

Fragmento de la batalla de Caricuao.

                Luego de la primera contienda librada en el suroeste de la ciudad, Sebastiano y sus hombres junto con los habitantes de la zona lograron expulsar a las fuerzas de la Maldita, Sarah Van Tassel, hacia el norte.

                Llegada la noche Sebastiano dejó el Cuartel General establecido en las cercanías de la casa donde creció, tomó el Bastón del Dragón, se escabulló en medio de los centinelas que custodiaban la zona haciendo uso de su más que dominada invisibilidad y se dirigió caminando hacia la vieja iglesia de la parroquia: un elegante e imponente edificio con dos torres de campanario y una cúpula sobre el altar principal.

                Al llegar, luego de contemplar la ruina en la que había quedado el edificio: algunas paredes ya no estaban, las esculturas de santos estaban algunas tiradas en el piso destrozadas, otras se mantenían en sus pedestales igualmente afectadas, parte de la cúpula se había desplomado dejando ver el cielo y el imponente Cristo que se alzaba en el altar principal apenas y había sufrido daño. Sebastiano intentó conjurar hacia él una silla pero luego se dio cuenta del sitio en el que estaba; no podía usar magia en un recinto sagrado, el lugar era una fortaleza contra todo tipo de hechizos y conjuros por lo que Sebastiano dedujo que el daño que había sufrido la estructura había sido en efecto por armas humanas de fuego y nada más. Después de dejar el bastón sobre el altar, encender una antorcha con su yesquero y un pedazo de tela, logró localizar los restos de un velón que colocó también en el altar.

                Luego de un rato sentado, apoyado en su bastón, en un banco de iglesia, que logró arrastrar hasta quedar frente al altar, se descubrió a si mismo rezando al dios de sus padres en busca de claridad; a pesar de todo su poder y logros se sentía en deuda con aquel que lo eligió para librar esta lucha. Pasados unos minutos sintió de nuevo aquella presencia que sintió al apenas pisar de nuevo La Guaira: Sarah Van Tassel se acercaba dispuesta a enfrentar lo que fuera que encontrara en aquel recinto al que había sido convocada por un cuervo hace apenas media hora.

                De pronto, en los restos del portón de lo que quedaba de la iglesia, apareció una elegante figura, alta y estilizada, con curvas profundamente femeninas y atractivas ante cualquier hombre, iba vestida con una larga y decorada túnica negra, su cara estaba cubierta por una capucha sobrecogedora que no dejaba escapar ni el más mínimo rasgo de aquella figura.

                Sebastiano, sin despegar la mirada de la hermosa escultura de Cristo, y sin volver a ver a quien se encontraba en la puerta, solo pronunció unas palabras haciendo uso de su acostumbrada serenidad y educación.
-Sabes muy bien que no puedes entrar a este recinto con las intenciones que guardan tu marchito corazón, bruja.

                La figura en el portal, detenida por fuerzas que iban más allá de su control, respiró profundo y con un solo movimiento deslizó una de sus manos por dentro de la túnica arrojando un sable al piso que al caer se enderezó en el aire y se incrustó en seco en el cemento fundiéndolo. Cuando por fin pudo entrar a la casa de su creador intentó encender las antorchas y atraer una silla con su pérfida magia; pero de inmediato, al sentir su poder intentando salir de su cuerpo, Sebastiano la volvió a reprender de igual forma que hace un momento.

-Sabes también que ninguno de los dos tiene poder en la casa de nuestro Padre, tendrás que hacerlo a la antigua, igual que todos nosotros, los humanos.

                Sarah, frustrada pero digna, aun parada a pocos metros de la entrada, destapó su cabeza con sus finos y largos dedos, y su larga, perfecta e imperturbable cabellera roja salieron al encuentro del viento, sus ojos negros y sus pupilas rojas brillaban a la luz de la poca luz desprendiendo un furor espectacular, sus delgados labios profundamente rojos, que ocultaban unos blancos y puntiagudos dientes, brillaban en su pálida y reluciente piel. 

Rápidamente localizó la fuente de fuego de Sebastiano e hizo lo mismo que él al entrar: arrancó un pedazo de su túnica, lo ató a un palo y lo encendió, luego con su silencioso andar y su susurrante túnica ondeando en el silencio de la noche, procedió a recorrer el recinto encendiendo las antorchas usadas para mantener la luz dentro del templo, encendió cada una con su lento andar y mucha paciencia. Después, localizó una vieja silla de plástico que fue a parar detrás de uno de los pedestales y agachándose con extrema parsimonia, la levantó y la llevó hasta donde estaba Sebastiano, la acomodó entre los escombros y tomó asiento de igual forma con vista a Cristo y comenzó la conversación.

-Hace más de quince años que no piso este lugar; a pesar de ser tan prescindibles los hombres sí que saben de arte. En aquella ocasión, si no me equivoco, estaban llevando a cabo tu bautizo; tu familia se veía terrible después de lo que les hice en El Nido, creo que no fue suficiente –Dijo altanera y amenazante.

- ¿A qué has venido? No te creía capaz de entrar a la casa nuestro Padre y poco me importan tus insulsas palabras, mujer –Respondió Sebastiano tajante pero igual de sereno que siempre.

-Ah Sebastiano –continuó Sarah –Extrañaba nuestras conversaciones, no eras tan insolente cuando me pedías mis ancestrales secretos para ser poderoso de verdad.

-Eso fue hace mucho tiempo –reconoció Sebastiano mientras en su mente no dejaba de ver como asesinaba a Suetonio una y otra vez.

-Y aun así aquí estamos –continuó Sarah que comenzaba a frustrarse de verdad –en un conglomerado de cemento y ladrillo donde no puedo tocarte porque Él te defiende aun cuando tu no le veneras. Casi no recuerdo la última vez que habló directamente con uno de tu raza, creo que hasta Él es capaz de perder la fe en su inmunda existencia –terminó Sarah para provocar a Sebastiano que seguía con la mirada fija en Cristo crucificado.

-¿Qué es lo que quieres, bruja? –dijo Sebastiano omitiendo sus ataques.

-¿Qué es lo que quiero yo? –Preguntó con sarcasmo la villana – ¿Qué es lo que tú quieres? Sería más indicado, Sebastiano Santiago de León.

-¡Quiero que te vayas a joder pa’ casa del coño de tu madre maldita y venenosa bruja! –contestó imponente Sebastiano mientras se levantaba, golpeaba con fuerza el bastón contra el piso que retumbó y su voz reverberaba en la profundidad de la oscura noche.

-Sebastiano, querido, ¿no te han enseñado ya que su odio es lo que me mantiene viva? –respondió satisfecha Sarah.

-Y será nuestro odio lo que te destruirá –atajó Sebastiano tajante.

Sarah con suma confianza respondió su mayor orgullo: –Yo  soy lo que teme la muerte.

Sebastiano sopesó su respuesta y satisfecho le dio una solución a su enemiga.

-Entonces haremos algo mucho mejor, volverás a tu prisión. ¿Aún recuerdas a tu guardiana? Sigue aguardando tu regreso.

-Prometeo no fue el más inteligente de los olímpicos –respondió Sarah mientras un frío helado le recorría toda la columna, sensación que quedaba como reminiscencia después de tanto tiempo capturada en su forma mortal.

-Lárgate –contestó en seco Sebastiano.

-La guerra seguirá, Sebastiano –continuó Sarah haciendo caso omiso –no pueden ganar, su propio odio los consume, su destino y su naturaleza es ser derrotados, han sido condenados, querido mío, condenados por Él a quien le enciendes velas.

-Lucharemos, Sarah Van Tassel –respondió Sebastiano seguro y fuerte –Y tú serás encerrada de nuevo, volverás al agujero oscuro del que nunca debiste salir, tu naturaleza es estar encerrada.

-Tu debilidad es tu fe en los hombres –terminó Sarah altiva y sobrada.

-Tu fe en tu poder sobre las cosas materiales es la tuya –concluyó cortante Sebastiano.


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