lunes, 2 de noviembre de 2015

Importancia estructural, simbólica y dramática de los elementos religiosos en  Chanson de Roland y Poema del Cid.

            Hace ya más de diez siglos Europa se encontraba en uno de los momentos más ambiguos y turbulentos de la historia occidental, si es que hay alguno que no lo haya sido. La Santa Iglesia Católica se extendía por todo el viejo continente y por buena parte del Asia menor, con o sin resistencia. Condados, ducados, marquesados, feudos y reinos surgieron y cayeron en cuestión de unos pocos siglos. Mucho después de la caída del Imperio Romano, por allá por el año 476 anno dómini, pudo hacerse patente una nueva realidad de relativa de paz y estabilidad que hizo posible el acto de presencia de uno de los personajes más significativos desde el momento de su nacimiento, en ¿742?, todavía se duda del año exacto, Karl der Große, Carlomagno, el primer gran emperador unificador de Europa después de la extinción de Roma como centro del mundo.

            Si la Iglesia Católica es la madre adoptiva de Europa, tomando en cuenta a su madre biológica: Grecia, sin duda Carlomagno es el padre. El emperador de los francos y asesino de sajones llevó la fe del Señor Jesucristo hacia todos los rincones de un continente que aún se encontraba atascado en el tiempo en las regiones más apartadas como Escandinavia y el noreste de Europa. Bautizó paganos y ejecutó a quien se resistía. Por aquel entonces la fe y la guerra iban de la mano, para demostrarlo solo hace falta observar un poco el término Guerra Santa. En su expansión por todo el mundo, Carlomagno y la Iglesia, no solo se enfrentaron a paganos sino también a su enemigo histórico, el Islam. La fe de Mahoma se expandía desde el Medio Oriente e hizo su entrada triunfal en tierras cristianas a través del norte de África y el estrecho de Gibraltar logrando acceder así hacia lo que hoy conocemos como España. Esta estadía duraría siete siglos que no estarían carentes de su dosis de muerte, sangre, sufrimiento, fe, hambre y por supuesto arte, cultura, poesía y leyendas heroicas.

            En este caldo primitivo de reconfiguración geopolítica europea hicieron su gran entrada los poemas épicos y los cantares de gesta, que durante muchos años fascinaron y fueron cantados repetidas veces por trovadores y poetas en las cortes y los palacios de antaño como muestra de la fortaleza de espíritu, y la valentía que otorgaba a los hombres ser un fiel guerrero de Cristo y defender a su representante en la tierra, así como del rey que lo respaldaba y le daba a la Iglesia su brazo armado. Francisco López Estrada reconoce esto en su Introducción a la Literatura Medieval Española:

La literatura medieval presenta en Europa un carácter religioso, manifestado de diversas maneras según las obras. La raíz de la uniformidad que se aprecia en ella, se encuentra en la cultura que la sustenta, que es la Iglesia romana y católica. Cuando las Letras y las Ciencias buscaban su propia transcendencia, iban a confluir en la Teología, la ciencia suma que la Iglesia guardaba y proseguía por sus rectos cauces. (Capítulo IV)

            Entre los más famosos se encontraban el Cantar de Roldán y el Poema de Mio Cid. Estos poemas, clásicos de la literatura caballeresca, son los textos que fungieron como pilares literarios fundacionales de las identidades nacionales de las naciones modernas de Francia y España, de ahí el nacionalismo y los héroes, asuntos que no nacieron ayer y que tampoco nos atañen.

            Desde un primer momento fueron concebidos como textos que tendrían funciones específicas y objetivas, más allá de haber sufrido cambios e interpolaciones a lo largo de los siglos. Dentro de las facultades que se la atribuyen a estos textos épicos está incluido claramente el tema religioso que viene a prevalecer en mayor o menor grado dependiendo de lo que se necesite y de la zona en la que se cante. Estructuralmente esta influencia religiosa era la más evidente: en aquellos días un hombre debía representar en él todos los valores de Cristo que pregonaba la fe de Roma y la del rey. La religión cristiana fue la piedra sobre la que se construyó el ideal del caballero honorable y fiel a su rey que describen los textos.

            Un caballero cristiano como Roldan, lo suficientemente valiente como para enfrentarse con solo veinte mil hombres a un ejército de cuatrocientos mil moros infieles, era el génesis perfecto para una historia de propaganda y campaña heroica; pero también lo era la capacidad de raciocinio y pensamiento lógico de un hombre de fe como Oliveros quien reconocía la imposibilidad matemática de vencer contra un ejército de barbaros tan numeroso. En la fe subyace el origen más elemental de la motivación del héroe épico medieval por defender todo en lo que cree. Del mismo modo Rodrigo Días de Vivar, el Cid campeador, es la demostración más perfecta del caballero que mantiene un vínculo sagrado con su señor rey y su Dios a quienes ha jurado defender aún en el más profundo de los valles y las desdichas. El Cid se mantiene firme a lo largo de toda la trama aferrándose a Cristo y luchando en su nombre para poder expulsar a los infieles musulmanes que infestan sus tierras para honrar al rey al que juró servir y que lo ha desterrado por la acción ponzoñosa de los enemigos del héroe. En pocas palabras la fe es lo que le da origen a todas estas aventuras heroicas y es aquello sobre lo que se fundamenta la voluntad del héroe y la del pueblo que representa. Esta religiosidad poética les da legitimación a los señores feudales, los reyes y al emperador de los francos para seguir ganando territorios y fortuna a través de la guerra y el bautizo en una época en la que occidente se ve más que amenazado por el avance del Islam.

            Así mismo son notables otros elementos en los que la religiosidad se hace aún más patente en estos poemas épicos. En el Cantar de Roldan tenemos la ruina de un héroe que en un principio se veía grande, altivo y poderoso frente a sus enemigos, sin embargo este héroe magnánimo termina cayendo víctima de su soberbia a manos del invasor infiel, la resistencia de Roldan a convocar más hombres como refuerzos determina su destino para luego luchar y tras una larga batalla caer con honor después de haber masacrado un gran número de musulmanes, luego, al morir con honor en el campo de batalla, defendiendo la fe de Cristo, es elevado hacia los cielos y es rescatado por ángeles que lo llevarán a la casa inmortal del Padre. Esto no es más que una clara evidencia de paralelismo bíblico y simbólico que hacen destacar a la exaltación mística del héroe del plano terrenal al espiritual a través de la humillación, la muerte y la resurrección. Del mismo modo se puede destacar este mismo carácter simbólico con la legitimación que se le ha dado a Roldan a través de la espada que le ha sido conferido la cual contiene en toda su estructura elementos de naturaleza mágica y divina como un diente del apóstol Pedro.

Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia (Mt 16:20)

            Una vez destacada la importancia estructural y simbólica, la alegoría es más evidente, ergo la explicación sobra.

            Después de haber vislumbrado estas características fundamentales de la religiosidad como parte de estos textos épicos medievales solo nos queda observar un último detalle que vendría a ser el elemento dramático. Más arriba he expuesto la emoción descrita en las experiencias desgarradoras de Roldan y el Cid al ser el primero derrotado y el segundo expulsado. Ambas descripciones sujetas a versos interpolados, y a una buena dote de ficción y licencias, son evidencia patente de la necesidad de incluir el sentimiento profundamente arraigado en la fe, una fe que impulsa al héroe a grandes proezas y a seguir luchando incluso herido de muerte mientras arrasa con el cruel enemigo infiel. Es Roldan luchando mientras la sangre corre por su cabeza y alaba a Dios y a su rey en los últimos alientos, es el Cid con el corazón destrozado dejando la única vida que conoce, llorando por sus hijas y por su amada esposa de quien es obligado a separarse. Lo que tenemos es a estos dos héroes rogando al Señor que sean resarcidos los daños que les han ocasionado sus enemigos y que confían en que el los escuchará y les dará su gracia al final del camino y la partida del mundo terrenal.


            Con todo esto, pues, tenemos una breve pero ilustradora imagen de lo que la fe podía llegar a construir en los primeros siglos de su existencia junto con un hombre poderoso, de mano dura y muy piadoso como Carlomagno o de una comunidad tan decidida a preservar sus dominios como la española primitiva. Ideales de hombres santos que también son héroes elevados a un nuevo estadio de la existencia habiendo puesto en riesgo, más de una vez, la vida y el honor.