miércoles, 9 de agosto de 2017

Estudio comparativo de la retórica del amor místico en San Juan de la Cruz y Rafael Cadenas.

    El amor, como siempre el amor, o quizá el desamor, inspirando al ser humano desde que el mundo es mundo y desde que el hombre es hombre. Ha inspirado cientos de almas a producir muchas de las más grandes obras de arte que se han visto en todo toda la historia. Ha guiado al hombre a crear y a destruir. Está tan arraigado en el ser humano que ha ido cambiando de concepción así como va cambiando la forma del hombre de ver el mundo que le rodea. Desde el nacimiento de dos hermanas griegas: una púdica, casta y virginal y otra impúdica, arrojada, pasional y orgásmica, hasta el amor del Padre. De este último versa este trabajo.

    Durante el famoso siglo de oro de la literatura española, el siglo de Carlos V, los hombres también fueron influidos por el amor, por un amor que quedó como resabio de las viejas novelas de caballería y que en ciertos casos, muy específicos, como el que trataremos, el de San Juan de la Cruz, fue atravesado por el amor del Altísimo, el amor de un clérigo por el Creador.

    El amor guía poetas como San Juan de la Cruz o Rafael Cadenas a producir creaciones literarias particulares como la poética de corte místico, a pesar de que los separen 500 años de sucesos y secularización los une el lazo del amor trascendental que busca refugio en palabras dedicadas con pasión y que busca una experiencia sensorial que escape del cuerpo y trascienda en algo más, algo distinto.

    En el caso de la mística española de San Juan existen una serie de procedimientos retóricos y lingüísticos que dan cuenta de un fenómeno individualísimo del ejercicio creativo del poeta que concatena su vida religiosa con su escritura. Pero para un místico como San Juan la palabra es un instrumento que incluso llega a ser de poca monta en comparación con la experiencia que se busca, según Rougemont (1945. p. 145.) “el lenguaje de los místicos no podía ser confundido con la naturaleza profunda de la experiencia que han vivido”.

    Esto indica que el ejercicio de San Juan busca dejar constancia, a través de un ejercicio retórico, de la experiencia mística del amor del Padre transferido a su cuerpo para intentar demostrar a través de la lengua un aproximado verbal que demuestre la magnitud de tal trance, esto no tiene nada que ver con la búsqueda consciente o intencional de una forma poética o de unos usos lingüísticos. Pareciese que la maestría del uso del lenguaje es solo una consecuencia más de la experiencia mística amorosa que lleva al poeta a intentar pasar por escrito todo aquello por lo que ha pasado aunque no existe verbo ni grafía suficiente en este mundo para describirlo a plenitud. El mismo Cadenas (2017) afirma que:

                 Los místicos desdeñan la palabra —aunque hay algunas excepciones— pero suelen usarla                    con maestría. Muchos de ellos son escritores imprescindibles. ¿Entonces por qué desaman                  el instrumento del cual se sirven para la transmisión de su experiencia? Después de todo, el                  lenguaje también nos es dado: naturaleza y cultura se alían para ponérnoslo en la boca.                        Recuérdese asimismo que no es muy peligroso desdeñar.

    El amor del Padre en San Juan es reflejado a través de imágenes de corte fantástico o idílico, que buscan generar en el lector las sensaciones de aquella experiencia sobrenatural que atraviesa a través del uso de un lirismo profundamente expresivo que no se detiene en dudar el uso de cierto tipo de usos del lenguaje, da rienda suelta a su vocabulario y de cuanto tiene a la mano para poder generar la empatía en el lector y estimular su imaginación:

                                                         Mi Amado, las montañas,
                                                         los valles solitarios nemorosos,
                                                         las ínsulas extrañas,
                                                         los ríos sonorosos, el silbo de las aires amorosos

                                                              La noche sosegada
                                                         en par de los levantes de la aurora,
                                                         la música callada,
                                                         la soledad sonora,
                                                         la cena, que recrea y enamora.

    El verbo y la retórica de San Juan, convertido en la esposa, en el alma, que persigue a su Esposo, a Dios, nos demuestra a través de una profusión de imágenes mentales contradictorias un torbellino de pensamientos e imágenes que vienen a él como marca de aquel suceso sobrenatural que ha experimentado al ser tocado por el amor más puro y divino de Dios. El Altísimo se convierte en el
esposo al que anhela el alma, la esposa, ella lo desea y ansía ser amada por él, busca ser llevada a nuevos niveles de entendimiento por medio de su grandísimo amor. La divinidad que encuentra el poeta en el amor del padre se manifiesta a través de una expresividad en la que “cada imagen y hasta cada palabra se halla tan cargada de lirismo que ello produce por si solo una tensión emocional y estética infinitamente superior a la que suscita el resto de la producción poética de la época” (González, Labajo y Urdiales. 1967. p. 11)

    Por su parte, Rafael Cadenas, quinientos años después, es capaz de demostrar que el movimiento de la mística poética, además de persistir, lo hace a través de poetas que se dedican a realizar otro tipo de experiencias que ya no están involucradas directamente con Dios o con una experiencia literaria. La voz poética de los místicos de nuestros tiempos como Cadenas pueden elegir casi cualquier cosa para convertir en el ser amado perseguido, en el ser místico portador de la experiencia sobrenatural.

    Para Cadenas, en su poema Amante, este amado o amada nunca queda claro, el poema goza de un lenguaje privilegiadamente ambiguo que nos lleva a pensar que aquello que porta la experiencia mística puede ser cualquier cosa que tenga el poeta en la mente, a través de un proceso casi hermético en el que las descripciones hechas no revelan la verdadera intencionalidad del poeta. Isava (1994) plantea que “Cadenas parece reconocerse inmerso en el campo de fuerzas del lenguaje, renunciando a la pretensión de su ‘dominio’ retórico”. Se deja llevar por su acción poética y por su amor al lenguaje. Es la lengua misma la que para Cadenas se convierte en su amada y poseído por ella, convertid en su musa, deja fluir todo lo que este lleva por dentro gracias a ella dedicándole versos enteros en los que la reconoce como su amante:

                                                         Ella, el amante, el anotador
                                                         (ningún calígrafo,
                                                         un artesano)
                                                         se dan
                                                         al juego
                                                         perenne.

    Ella es su guía, él su siervo, el que cumple con todos los deseos de ella que transmite su multiplicidad retórica para ser sembrada en el papel a través de grafías que pasan a existir en el mundo solo por su mano, la del poeta. En este poema, quizá la mayor síntesis de la obra de Cadenas, se presentan:

                   […] una extraordinaria plenitud tanto en el aspecto existencial como en el discursivo.                          Aquí se alcanza la liberación […] a través de un proceso de despersonalización de la                            escritura que se logra gracias a al recurso a las voces poéticas que se entrelazan, se                                apagan, se mezclan se confunden, sin posibilidad alguna de identificación, de identidad.                      Se rehúye así toda alusión a una situación psíquica de cualquier índole. La plenitud reside                    pues, más que en la individualización, en la entrega; por ello se es amante. (Isava. 1991.                      p. 9).

    De manera que tenemos dos versiones del mismo amor místico. San Juan y Cadenas se enfrenan al ser amado, aquel que les inunda el ser con su gloria divina eternal. Ambos se enfrentan a él y lo buscan desesperadamente a través de la poesía que es empleada por ambos para poder reconocer al otro. Ambos se pierden a sí mismos frente a sus dos deidades Dios en el caso del primero y la lengua en el caso del segundo. A través de ellas ambos logran alcanzar una despersonalización de su ser demostrada gráficamente a través de una retórica lingüística magistralmente empleada que transmite las imágenes mentales y sensoriales de la experiencia producida en ellos.

    Ambos son poseídos por un amor místico y sobrenatural que raya en la herejía en el caso de San Juan al estar presente una figura bastante particular de una posesión divina, y en el completo paganismo de Cadenas al reconocer como su amante a la lengua, no obstante trasciende por el mismo amor místico que impulsa a ambos a producir una poética que de manera intensamente expresiva y sobria y de pocos versos en Cadenas se manifiesta ante el lector.

    A San Juan no le alcanza el verbo para describir la experiencia que ha experimentado pero Cadenas reconoce de antemano que no importa cuantas palabras utilice no será capaz nunca de emplearlas para describir la maravilla de su amante. A Cadenas le basta con elegir correctamente de su acervo lo que su musa le indica para poder expresarle a ella y al mundo su retórica, su plenitud y su amor. Pocas palabras con una sobriedad impecable, con pequeños cuadros que parecieran pictóricos marcan la pauta de una gran trascendencia poética.

    Para San Juan su amor está perdido, la esposa anhelante busca a su Esposo, lo desea y necesita encontrarlo ante la insatisfacción que le ha dejado su presencia, necesita ser inundada de nuevo:

                                                            Y todos cuantos vagan
                                                            de ti me van mil gracias refiriendo,
                                                            y todos más me llagan,
                                                            y déjame muriendo
                                                            un no sé qué que quedan balbuciendo.

                                                                Descubre tu presencia,
                                                            y máteme tu vista y hermosura;
                                                            mira que la dolencia
                                                            de amor, que no se cura
                                                            sino con la presencia y la figura.

    Por su parte Cadenas siempre está a la expectativa de su amante, ella va y viene como la marea, tiene episodios de enaltecimiento y se rinde a sus pies cuando necesita ser interpretada por su amante. Cuando ella necesita de sus manos lo busca y crean arte en perfecto matrimonio místico:

                                                             Llegas,
                                                             no a modo de visitación
                                                             ni a modo de promesa
                                                             ni a modo de fábula
                                                             sino
                                                             como firme corporeidad, como ardimiento,
                                                                         como inmediatez.


Referencias:

Cadenas, R., Isava, L.M. (1991). Antología. Caracas, Venezuela: Monte Ávila Latinoamericana.

Cadenas, R. (1998). Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística. 28/04/2017, de Letra Muerta. Sitio web: http://letramuertaed.com/apuntes-sobre-san-juan-por-cadenas/

De la Cruz, S.J. (1967). Antología Poética. Madrid, España: Coculsa.

Isava, L.M. (1994). Amante: Summa poética de Rafael Cadenas. Revista Iberoamericana, LX, 267-287.

Rougemont, D. (1945). El amor y Occidente. México, D.F.: Editorial Leyenda.