viernes, 12 de enero de 2018

El duelo de la hijueputez

            A veces en la vida pasan cosas que modifican nuestra forma de concebir el mundo, sea que las aceptemos o no, de igual manera nos cambian, nos permiten vivir en libertad o en una extraña opresión que no nos deja avanzar y trascender de alguna manera. Esas cosas que nos pasan y que, por cualquier razón no queremos afrontar, siempre estarán ahí, aunque las evitemos de alguna manera.
            Esas cosas que evitamos, de las que rehuimos, nos pueden afectar tanto individual como colectivamente, evitar enfrentar un problema no hará que desaparezca, esto generalmente hace que el problema sea aún más grande cuando por fin se decide afrontarlo o cuando hace su regreso triunfal para destruirnos.
            Somos vulnerables de forma colectiva cuando como especie, como familia, como grupo humano, como nación, dejamos al azar y olvidadas cosas que no necesariamente tendrían que obviarse. Puede pasar con cualquier cosa, desde un tío borracho, hasta una prima prostituta, un hermano marihuano, un patriarca desquiciado. Una nación violenta.
            Para el filósofo francés Jacques Derrida el mundo occidental ha estado acosado desde finales del siglo XIX por un mismo espectro, o por unos espectros, más concretamente que se desprenden de la misma fuente: Marx. Estos espectros nos han acosado de tal manera que hoy en día siguen haciendo resonar el espectro del que provienen y que sigue resonando en el mundo, el espectro del comunismo. Como lo describíamos antes, este espectro, esta cosa sin resolver y que sigue regresando, una y otra vez a atormentarnos, quizás, es lo que más puede estar atormentando a nuestra civilización hoy en día, nos atormenta porque tenemos una deuda, una deuda que debe ser saldada y que seguirá resurgiendo y asediándonos hasta que al fin sea cumplida.
Esta idea del espectro, de ese mal recuerdo que regresa para asediarnos hace que el tiempo se salga de sus costuras, que vuelva sobre él y que le permita al recuerdo repetirse y regresar una y otra vez, está y no está, y también deja atrás la estructura del tiempo lineal que conocemos hacia el futuro pues este proviene del pasado.
            En Latinoamérica y más específicamente en Colombia es posible identificar una serie de fantasmas que continúan apareciendo y que siguen exponiendo las costuras del tiempo en la medida en la que se manifiestan repetidamente en la literatura de cualquier manera posible.
            Partiendo desde esta idea principal, podemos establecer que en la producción literaria colombiana, desde el momento en el que Gabriel García Márquez publica Cien años de soledad y rompe con la vieja tendencia de crear una literatura de la prescripción en la forma de decir y escribir en la que no se dicen groserías, entendiendo esta idea de grosería como lingüística y descriptiva en imágenes, se inicia un proceso que puede considerarse como renovador para los modos de hacer literatura en el país de la corrección gramatical.
            Luego, estas añadiduras, que son empleadas para crear el gran relato de los Buendía, son empleadas por Fernando Vallejo en El desbarrancadero como elemento fundamental y potenciador de su novela que se vendrían a manifestar como un espectro especie de gran vulgaridad, de gran grosería, que ya no tiene frenos y que está desbocada ante la realidad nacional y literaria, ha regresado para atacar y para tener un lugar dentro de la literatura, ahora la domina y es parte de ella.
            Ahora bien, es posible generar una correlación entre lo que proponen las dos novelas a partir de la idea de lo espectral tomando todos aquellos elementos que asedian en estas dos obras y que se presentan en forma espectros manifiestos materialmente en la narración, la familia, y de la realidad nacional en la que se producen las obras, la violencia.
            En Cien años de soledad tenemos una narración llena de elementos repetitivos que se complementan con la estructura del tiempo concebida en la novela en la que las cosas constantemente se están repitiendo, siguen regresando para atormentar a la familia Buendía, tal es el caso del incesto, el incesto que da origen a la familia, a sus males atávicos y que desencadenó la furia de José Arcadio para que Úrsula al fin se abriera de piernas y pudiera dar origen a la estirpe:

La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta [a Prudencio Aguilar]. Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella le ordenó: «Quítate eso». Úrsula no puso en duda la decisión de su marido. «Tú serás responsable de lo que pase», murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra.
–Si has de parir iguanas, criaremos iguanas –dijo–. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya. (García Márquez, 2007, p. 32)

La furia de José Arcadio, no solo pone en marcha una maquinaria trágica que termina con “el viento profético” que destruye a Macondo luego de que Aureliano Babilonia tuviera un hijo con su tía, Amaranta Úrsula, y saliera con cola de cerdo, sino que, del mismo modo que los espectros de Derrida, este descose el tiempo y genera una y otra vez la oportunidad de resarcir el daño incestuoso que destruiría a la familia pero que al final termina ocurriendo de igual manera. El espectro incontenible, acechante siempre, asediando la debilidad de la carne de la familia Buendía, el incesto que fuera su origen regresó más fortalecido que nunca y los exterminó de la faz de la Tierra.
            Lo que ocurre con Vallejo, si bien no es un viento profético, es posible establecer una correlación entre el drama familiar, generado por el odio y la violencia de la sociedad de Medellín o de la misma Colombia, con la vida disoluta que llevan Fernando y sus hermanos a causa de La Loca y lo que ella significa al momento de moldear y romper a sus hijos y su esposo espiritual, mental y físicamente. La violencia de afuera permea la casa encarnada en La Loca, que a su vez en su Locura los expulsa a ellos al mundo en donde son moldeados por su entorno: marihuaneros, alcohólicos, sidosos, intentos de asesinato. La violencia, la hijueputez, el viento profético que algún día aniquilará a Colombia:

Y no podía ser de otro modo, regidos como vivimos por las leyes de Murphy y de la termodinámica que estipulan que: que todo lo que está bien se daña y lo que está mal se empeora. Muchachitos y muchachos de Junín, idos sois. Os borró de un plumazo Cronos, el descabezador de bellezas. Y hoy por mi pobre calle sólo transitan zombies y saltapatrases, que es en lo que se ha convertido esta raza asesina, cada día más y más mala, más y más fea, más y más bruta, más hijueputa, que camina con las dos patas metidas en el lugar común de unos tenis apestosos. ¿Por qué desperdiciará China en pruebas subterráneas tanta bomba costosa habiendo aquí donde tirarlas, a la luz del día y calentando el sol? (Vallejo, 2011, p.60)

Aquí lo que los persigue a todos es lo que Vallejo llama ‘la hujueputez’ de un ambiente familiar completamente hostil e intransigente en el que todos luchan contra todos para poder salvar su propio pellejo e imponer su propia autoridad. Fernando y su hermano, Silvio, parecen los únicos que logran romper con esa hostilidad al morir, pero lo que en realidad podríamos interpretar es que son vencidos por el espectro de sujetos como La Loca y El Gran Güevón, que a punta de ser obviados y reprimidos dentro de su interioridad terminan por acabar con ellos como acabó con el papá. Silvio se da cuenta de que nunca podrá lidiar con ella, nunca podrá hacer desaparecer la pesadilla porque la pesadilla no quiere desaparecer. Ergo decide desaparecer él.
Así, pues, podemos plantearnos una idea de aquello que nos acosa como comunidad, si bien es cierto que atrás quedaron los tiempos en los que América se podría considerar como ‘una e indivisible’, también es cierto que a pesar de que existen profundas diferencias entre nosotros compartimos ciertos rasgos muy elementales que nos han hecho parecer y percibir el mundo y al otro con la suficiente homogeneidad para sentir lo que sienten los demás.
La violencia y el drama familiar, aquél viento profético, no solo acosan a la sociedad de Medellín, a los Rendón o los Buendía, la cólera de Aureliano cuando Fernanda lo saca de quicio y destruye todo en la casa sigue vigente en todos nosotros como pueblo. Cuando el espectro del pueblo se cansa y reaparece también tiene una fuerza demoledora e imparable.
Ese espectro, hijo de la violencia y de la hijueputez es uno que es capaz de cobrar una cantidad enorme de formas, de modelarse y de, en verdad, hacerle aparecer las costuras no solo al Tiempo, sino a la historia misma y es capaz, al mismo tiempo de hacernos caer en un verdadero bucle en el que no se solucionen las causas que hicieron dar origen al espectro en primer lugar. Ahí recae la búsqueda y la insatisfacción de un Vallejo que nos muestra una sociedad desbarrancándose, la misma sociedad de papel que García Márquez identificó como heredera de una gran tragedia en la que murieron tres mil cuatrocientos ocho trabajadores, que si no lucha y atraviesa el duelo, si no libera ese recuerdo reprimido y se exorciza a sí misma de sus males será arrasada finalmente, por cualquier forma que cobre ese espectro, por el sicariato, por el narcotráfico, hasta por el socialismo.

Referencias

Derrida, J. (1998). Espectros de Marx: el Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva Internacional. Madrid: Editorial Trotta.

García Márquez, G. (2007). Cien Años de Soledad. Bogotá: Alfaguara.


Vallejo, F. (2011). El desbarrancadero. Bogotá: Alfaguara.

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